“La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”, palabras que suelo usar cuando me refiero a seres humanos notables, aquellos que generan admiración de tal magnitud que su influencia mueve multitudes. Ello, en aras de sus proyectos colectivos y que a la hora de la muerte convocan a seguir su senda como objetivo destinado a la creación de un mundo donde los principios de dignidad, soberanía y autodeterminación son elementos claves.
Hoy, ese hombre, que se eleva a la categoría máxima del ser humano, como revolucionario, es el Imam Ruholá Musavi Jomeini, nacido en el seno de una familia de profunda religiosidad en la ciudad de Jomein, en provincia central iraní de Markazi, ubicada al sur de la capital, Teherán. Tras perder trágicamente a su padre, a los dos años de edad, fue criado por su madre y una de sus tías. Al terminar sus estudios de secundaria, el joven Jomeini se inclinó por los estudios religiosos y traslado su residencia a la ciudad santa de Qom. Allí su religiosidad, su rigurosidad e intelectualidad se mezclaron con su pasión por la política, constituyéndose así, desde muy temprano, en una amenaza para el poder monárquico. Autor de una veintena de textos, profundo conocedor de la teología del Islam, su pensamiento, no solo le proporcionó gran prestigio entre los estudiosos del Islam, sino también entre los eruditos de otras confesiones religiosas.
Sus palabras llamando a la curación definitiva de la mayoría de “los vicios y corrupciones va a depender de la curación del apego al mundo y al propio ego, puesto que al curarlos, el alma humana consigue tranquilidad y seguridad y el corazón se sosiega y adquiere la fuerza de la certeza… La fuerza de la voluntad y la decisión domina cada asunto difícil y problemático y facilita y acerca cada camino, aunque fuese largo y pedregoso”, palabras profundas que tienen una característica multidimensional, que han hecho del Imam Jomeini un referente amplio en lo espiritual, cultural, político e ideológico.
Ese es el Jomeini influyente, sagaz, de enorme poder espiritual y político —que un mes antes de su llegada a Teherán había creado el Consejo Revolucionario Islámico, base del gobierno de la que sería a partir del 11 de febrero del año 1979 la República Islámica de Irán— un Jomeini influyente, que con pasión, encabezó una epopeya monumental, que significó el triunfo revolucionario en febrero del año 1979, que cambiaría el curso de la historia, que hasta ese momento se vivía en Asia Central y Occidental y que año tras año ha repercutido de tal forma que se ha constituido en un referente de cambio, lucha y resistencia insoslayable.
Una epopeya histórica, que ha guiado el cambio en el desbalance del poder vivido hasta entonces, en las áreas señaladas, pero también en la Umma, en la comunidad del Islam, al generar un proceso revolucionario conocido como Daheye Fayr o Década del Alba, que se convierte en un proceso de cambio continuo, constituido en referente indiscutible, para entender los ultimos cincuenta años. Por ejemplo, una medida de gran repercusión, fue el romper los lazos de Irán con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que mostraría el camino independiente, que se comenzaría a seguir de ahí en adelante. Irán dejó así de ser el portaviones terrestre de Washington y sus aliados europeos.
El Imam Jomeini falleció el 3 de junio de 1989 con 87 años, de los cuales quince los vivió en el exilio: Turquía, Irak y Francia, último país del cual retorno a Irán para encabezar la revolución triunfante, que acabaría con la dinastía de los Pahlavi. Una revolución con características propias, originales, distintas a las revoluciones armadas del tipo foco guerrillero o movimientos de liberación nacional como los vividos en Latinoamérica, África y Asia. Una revolución única y distintiva, que se desprende del tutelaje estadounidense y europeo, acaba con los nidos de avispas y la sujeción militar vivida bajo el reinado de los Pahlavi.
Una revolución centrada en la defensa de su soberanía, pero entendiendo que su propia existencia no podía ser completa sin dar apoyo a otros pueblos, como el palestino, por ejemplo. Una soberanía plena en el campo de nacionalizar la banca, la tierra, las grandes empresas y la explotación de los recursos hidrocarburiferos del país.
Por ello, no es casual, que una de las primeras medidas en política exterior, tomada por el Imam Jomeini haya sido concretar la conmemoración del Día Mundial de Al-Quds. Igualmente, no obedece a un capricho o medidas precipitadas en sostener que no se contaría más con la nación persa, ni con su ejército ni policía para agredir a su pueblo y menos aún a sus vecinos, ni para someterse a los apetitos comerciales de empresas transnacionales de hidrocarburos, ni ser parte de lo que en aquellos años constituían los bandos ideológicos en pugna.
La revolución encabezada por el Imam Jomeini es un proceso claramente distinto, con características propias. Una revolución formada con las mismas bases de lo que fue la vida del Imam Jomeini: fuertes, sobre rocas y no arena, con valores islámicos intransables, con una profunda fe en las capacidades de su pueblo. Caminos trazados y que se consolidan con sus 10 años de gobierno hasta su muerte en ese 3 de junio de 1989.
El Imam Jomeini ha sido calificado como un líder carismático, de profunda fe, un ser humano que irradiaba paz, serenidad. Un hombre querido y admirado. Un líder religioso, educador, sencillo. Un jurista destacado “primus interpares”, un revolucionario en todo el sentido de la palabra, el escalón más alto del ser humano. Y así lo he constatado estos días en que he viajado por El Líbano, la hermosa tierra levantina, patria de un discípulo del Imam Jomenini como es Seyed Hasan Nasralá quien no duda en afirmar, en cada ocasión en que el nombre de Jomeini se hace presente, que recordar y hablar de su mentor es traer al presente a uno de los seres humanos más notables del Siglo XX. Jomeini está presente en los barrios de Beirut, en Sidon y Saida, en Mleeta, en Nabatiye y en el Bekaa y la frontera que separa a El Líbano de los territorios palestinos ocupados. Jomeini se hace presente en la liberada cárcel de Khiam, en las carreteras surcadas de imágenes de los mártires por la libertad d El Líbano conseguida al expulsar al enemigo nacional-sionista el año 2000 tras 18 años de ocupación. Demostrando, de ese modo, el carácter internacionalista del fallecido líder iraní.
Han trascurrido 44 años desde el triunfo de la Revolución Islámica y treinta y cuatro desde la muerte física del Imam Jomeini. Ambas fechas ligadas, indisolublemente. Ambas, marcadas a fuego en el calendario de Irán y los pueblos del mundo. Una revolución que sigue firme en los principios signados por su líder, donde los conceptos de soberanía y dignidad están marcados a fuego. Seyed Ruholá Musavi Jomeini ha sido uno de los líderes espirituales más influyentes del mundo, que además de esta impronta llego a ejercer el poder político, lo que marca un sello distintivo y que en cada mensaje su fe en la juventud se manifiesta permanentemente al sostener que en la juventud la voluntad y decisión del ser humano tiene esa lozanía y esa fuerza. Y, que por ello el hombre joven tiene más facilidad de corregirse, mientras que el hombre viejo la voluntad es más débil y la decisión está derruida, por lo que triunfar sobre las fuerzas internas es más complejo. De ahí el llamado a la juventud, a su valor, a su ímpetu.
Recordar al Imam Jomeini en esta hora de conmemoración de su partida física es recordar —volver a pasar por el corazón— cada máxima surgida de su experiencia y sabiduría “debemos saber que si el hombre es negligente de sí mismo y no se empeña en corregir y depurar su alma abandonándola a su suerte, cada día, incluso cada hora, se incrementarán cortinas sobre ella y luego de cada velo, otro velo, hasta el punto que la luz de la esencia humana se apagará y extinguirá totalmente”.
El recuerdo siempre presente del Imam Ruholá Musavi Jomeini debe sacar de nuestro frente las cortinas hasta que esa luz de nuestra esencia nos ilumine permanentemente.
Pablo Jofré Leal
HispanTV
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