Teherán, IRNA- El 8 de agosto de 1998, el grupo terrorista talibán tomó el control de la ciudad de Mazar-e-Sharif, en el norte de Afganistán. Los terroristas takfiríes asaltaron el consulado de Irán y martirizaron al corresponsal de IRNA, Mahmud Saremi, junto a ocho diplomáticos iraníes.

Nacido en 1968 en el municipio Boruyerd, Mahmud Saremi emigró a la edad de 20 años a Teherán para estudiar Geografía en la Universidad de Teherán.

Su gran afición por el kárate hizo que superara diversas etapas y consiguiera el cinturón negro así como la licencia de entrenador, por lo que participó en numerosas competiciones municipales y provinciales logrando diversos éxitos.

Al igual que otros muchos jóvenes iraníes, Saremi no pudo mostrarse indiferente ante el ataque del enemigo baasista contra su patria, y por ello combatió unos 17 meses en diversos frentes, como el “Kurdistán”, “Halabja” y “Jorramshahr”, defendiendo la integridad y los intereses de la República Islámica de Irán.

Tras regresar del frente fue contratado por la Agencia de Noticias de la República Islámica (IRNA), y 5 años después se convirtió en corresponsal de la agencia en Afganistán donde fue martirizado.

Saremi era un periodista tan responsable y comprometido que cuando la ciudad de Mazar-e-Sharif cayó en manos de los talibanes y su propia vida corría peligro, en ningún momento abandonó su misión.

“Mazar-e-Sharif ha caído en manos del grupo talibán”. Esa fue la última noticia que transmitió ese destacado periodista de IRNA.

Si hubiera tenido la oportunidad, Saremi habría transmitido las impactantes imágenes y las informaciones sobre la caída de Mazar-e-Sharif, la resistencia popular, el miedo, la huída o los gritos de los niños indefensos. Ciertamente, habría deseado informar sobre el valor, el coraje y el sacrificio de los defensores de la ciudad a aquellos que no se encontraban en el campo de batalla. Saremi habría transmitido asimismo las escenas del riesgo profesional del periodismo; y también habría expresado las emociones ante el peligro y, por supuesto, una parte de sus sentimientos personales.

Saremi tampoco tuvo tiempo de despedirse de su hijo; tal vez miró, por última vez y en su intimidad, una imagen de su retoño, ¡en escasos segundos, incluso menos!

Decir adiós a los hijos y a la familia es el máximo deseo de todo el mundo en los últimos momentos de la vida; pero él no pudo hacerlo.

Saremi falleció y voló, pero no como una mariposa, sino como un águila con un espíritu firme.

9408**1233

Síganos en Twitter @irna_es