América Latina está cambiando. En toda la región, los gobiernos de derecha, firmemente establecidos durante casi dos décadas, han sido reemplazados por gobiernos socialistas y socialdemócratas en los últimos cuatro años.
Gustavo Petro fue elegido presidente de Colombia en junio de 2022. Gabriel Boric, se convirtió en el presidente más izquierdista de Chile en casi 50 años, tras ganar las elecciones en diciembre de 2021; un mes antes, la política de izquierda Xiomara Castro ganó en Honduras, 12 años después de que su esposo, Manuel Zelaya, fuera destituido de su cargo como presidente por un golpe militar.
En Perú, Pedro Castillo, docente y líder sindical, ganó la presidencia en junio de 2021 y en Bolivia, Luis Arce, del partido Movimiento al Socialismo (MAS), fue elegido presidente en 2020. En 2019, Alberto Fernández, apoyado por una coalición de izquierda de partidos, derrotó al derechista Mauricio Macri en Argentina. Un año antes, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) obtuvo una victoria aplastante en las elecciones presidenciales de México.
Potencialmente, el cambio más importante tendrá lugar el 30 de octubre, cuando el izquierdista Luis Inácio Lula da Silva, líder del Partido de los Trabajadores (PT), logré vencer a Jair Bolsonaro en la segunda vuelta de las elecciones brasileñas. En la primera vuelta, Lula ganó el 48 por ciento de los votos, y el actual presidente derechista Jair Bolsonaro quedó segundo con el 43 por ciento.
Para algunos observadores, esta nueva ola es la continuación de la “marea rosa” de gobiernos de izquierda que llegaron al poder en la década de 1990. En ese momento, los líderes de izquierda denunciaron las políticas neoliberales, así como las desigualdades y la exclusión social resultantes, la corrupción política y el dominio extranjero sobre las economías nacionales.
La izquierda ahora ha regresado en Latinoamérica porque los gobiernos de derecha que los reemplazaron, en gran parte apoyados por Estados Unidos, no supieron apreciar las mareas de frustración popular.
Enfoque de nuevos líderes izquierdistas latinoamericanos
La nueva generación de líderes izquierdistas se enfoca más en temas ambientales y de género, está menos interesada en una identidad continental, persigue fervientemente los asuntos de justicia social y, en tiempos posteriores a la COVID-19, está cada vez más preocupado por la salud pública. No tiene miedo de ser visto como alguien que alberga ideales de izquierda; de hecho, busca canalizar la frustración de su electorado hacia nuevas formas de gobierno. También está aprendiendo a vivir con la inversión extranjera, pero cada vez más de China y no de EE.UU.
Un ejemplo de estos líderes políticos es Boric de Chile. Ha tratado de mantener buenas relaciones con Cuba y Venezuela, pero también ha condenado los abusos contra los derechos humanos en ambos países. En Chile, ha enfatizado la necesidad de una reforma constitucional para abordar las desigualdades socioeconómicas y políticas y fortalecer la protección de los derechos de la población indígena. También ha adoptado políticas feministas, nombrando mujeres en 14 de los 24 puestos ministeriales.
En México, AMLO, el primer presidente de izquierda en tres décadas, ha seguido políticas divergentes. Ha mantenido buenas relaciones con Venezuela y Cuba, pidiendo el fin del embargo comercial a La Habana, pero también ha mantenido estrechos vínculos con EE.UU. Ha emprendido cambios radicales en México, atacando la corrupción, condenando los abusos a los derechos humanos, reduciendo la desigualdad y protegiendo los derechos de los trabajadores.
Estados Unidos está ciego, no ve que América Latina está cambiando
Claramente, América Latina está cambiando, pero Washington parece que no ve el alcance de este cambio. En 2019, John Bolton, el asesor de Seguridad Nacional del presidente de EE.UU., Donald Trump, anunció el regreso de la Doctrina Monroe de 1823, según la cual Washington reclamaba a América Latina como su propio patio trasero y advertía a todas las potencias extranjeras que se mantuvieran alejadas. Sin embargo, claramente había malinterpretado el rechazo de sus ideas en todo el continente.
Después de que Joe Biden asumiera el cargo en Washington, la política del país norteamericano hacia los países latinos sigue siendo errónea. La Cumbre de las Américas, celebrada en Los Ángeles en junio de 2022, excluyó deliberadamente lo que Bolton había denominado la “troika de la tiranía”: Cuba, Nicaragua y Venezuela. Esto trajo olas de críticas. Varios líderes latinoamericanos encabezados por el presidente de México se negaron a asistir, mientras que otros aprovecharon la oportunidad para condenar la política de Estados Unidos en la región.
El reciente viaje del secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken, a América del Sur fue un ejercicio de control de daños y tuvo un éxito parcial en mostrar la conciencia de Washington sobre la clara inclinación hacia la izquierda de la región. Visitó Colombia, Chile y Perú, países en los que EE.UU. está perdiendo sus intereses comerciales ante el gigante asiático, China.
También asistió a la 52 Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos (OEA) en Lima, donde los debates revelaron el desencanto con la política estadounidense. Durante el proceso, 19 de los 35 países miembros votaron a favor de destituir al enviado de la oposición venezolana a la OEA; les faltaron solo cinco votos para llevar a cabo esto.
A pesar de comprometerse a proporcionar 240 millones de dólares en asistencia humanitaria a los refugiados de la región, el papel de Estados Unidos en la OEA está claramente en declive. Washington paga más del 50 por ciento del presupuesto anual de la organización, pero tiene mucho que aprender sobre las nuevas direcciones en la región.
Durante demasiado tiempo, Washington ha respaldado a los actores equivocados en la región: militares autoritarios y empresarios adinerados, muchos educados o capacitados en territorios estadounidenses. EE.UU. no ha entendido que la sociedad civil exige un cambio en América Latina, lo que ha significado la salida de los favoritos de EE.UU. del poder.
Estados Unidos ha condenado los abusos de los derechos humanos y la corrupción en algunos países e ignorado tales temas en los dirigidos por sus aliados. Ha hecho la vista gorda ante el aumento de la pobreza y las protestas contra la injusticia sofocadas con violencia.
Esto necesita cambiar. En esencia, Washington tiene que reconocer las aspiraciones reales de los latinoamericanos y dejar de mostrar indignación selectiva.
Que debe hacer Estados Unidos
América Latina está abierta al diálogo con EE.UU., pero esto tiene que ser un intercambio respetuoso de opiniones, no una mirada de arriba hacia abajo. Es hora de recalibrar las ideas predominantes sobre la región, de una política de pragmatismo y compromiso constructivo.
Pueden y deben establecerse metas específicas. Por ejemplo, debe demostrarse claramente el apoyo a los diálogos de paz del gobierno de Petro con el grupo armado Ejército de Liberación Nacional (ELN) en Colombia. Washington debería mejorar las relaciones con Cuba, un país pequeño con una gran influencia política en la región.
La prueba de fuego del interés de EE.UU. llegará pronto con la segunda vuelta de las elecciones en Brasil y Washington debe dejar en claro que no aceptará la participación militar si Bolsonaro, el autodenominado “Trump”, pierde.
De hecho, llego el momento de que EE.UU. reconozca que América Latina se está transformando, y el activismo de izquierda de la década de 2020 representa un claro rechazo a las políticas de las últimas décadas. Es la única manera de que tenga una relación significativa con la región y siga siendo un actor relevante dentro de ella.
Por John Kirk, profesor emérito de estudios latinoamericanos en la Universidad de Dalhousie en Canadá
y autor/coeditor de 21 libros sobre América Latina.