Minutos antes de su martirio, el periodista logró transmitir esa breve noticia a IRNA: “Soy Mahmud Saremi, corresponsal de IRNA; Mazar-i-Sharif ha caído en manos del grupo talibán”.
Esas fueron las últimas palabras de Saremi, pero ciertamente no fueron las últimas imágenes que vieron sus ojos.
Las imágenes mentales de un periodista, especialmente en los últimos momentos arriesgados de su vida, entremezclan los valores profesionales, las creencias, la angustia y, por supuesto, las emociones personales que no pueden describirse en una imagen o un escrito. Saremi no tuvo la oportunidad, ni pudo transmitir ninguna de esas imágenes.
Si hubiera tenido oportunidad, Saremi habría transmitido impactantes imágenes e informes de la caída de Mazar-i-Sharif, la resistencia del pueblo, el miedo, la huída o los gritos de los niños indefensos. Ciertamente, habría deseado informar sobre el valor, el coraje y el sacrificio de los defensores de la ciudad a los que no se encontraban en el campo de batalla. Saremi habría transmitido las escenas del riesgo profesional del periodismo; y también habría expresado las emociones ante el peligro y, por supuesto, una parte de sus sentimientos personales.
Saremi tampoco tuvo tiempo de despedirse de su hijo; tal vez miró, por última vez, una imagen de su retoño dentro de sí mismo, ¡en escasos segundos, incluso menos!
Decir adiós a los hijos y a la familia es el mínimo deseo de todo el mundo en los últimos momentos de la vida; pero Saremi no pudo hacerlo.
Saremi falleció y voló, pero no como una mariposa, sino como un águila con un espíritu firme.
Homenajear a Saremi es homenajear los altos valores de la profesión del periodismo.
¡Que su recuerdo permanezca vivo!
9490**1233
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